Una de las cosas más extrañas que me ha ocurrido a la hora de buscar información sobre un álbum de música es acabar visitando innumerables páginas gastronómicas donde las fotografías de suculentos platos asiáticos y sajones hacían poco recomendable mantenerse en ayunas. El por qué de esto se debe a que Carl Stone, el compositor que nos ocupa, tituló algunas de sus piezas más emblemáticas con los nombres de los restaurantes que visitaba. A este respecto, algo que nos resulta tremendamente interesante es imaginar las composiciones recogidas en «Mom’s» como prolongaciones auditivas de una experiencia gustativa, olfativa y también visual, pues no olvidemos que en gastronomía la apariencia es un factor clave. La sinestesia, por tanto, se nos antoja muy oportuna a la hora de comentar una música fundamentalmente recolectora, construida con los pedazos diminutos de diversos acontecimientos sonoros previos. Todo esto nos lleva a hablar, una vez más, de la técnica del
sampling y sus posibilidades dentro de la música electrónica, dado que la esencia de dicha técnica es la recogida y selección de sonidos «externos» a la obra musical y dada también la circunstancia de que este músico californiano es uno de los más jugosos y audaces «sampleadores» del panorama internacional.
Nacido en San Francisco hace cincuenta y nueve años, Carl Stone descubre las posibilidades de la mezcla de sonidos dispares a principios de los setenta, cuando trabaja en la fonoteca del que también era su centro formativo, el Instituto de las Artes de California (CalArts). Una de sus tareas consistía en hacer copias en soporte magnético de los elepés de la colección con el fin de que las obras fueran más accesibles al personal del centro. Al reproducir simultáneamente dos tocadiscos y mandar su señal al mismo aparato de cinta magnética, el joven compositor advierte cómo la conjunción, por ejemplo, de una obra vanguardista europea y una pieza tradicional japonesa podían dar lugar a un nuevo trabajo lleno de sentido.
Al igual que otros lanzamientos del californiano entre los años ochenta y noventa del siglo XX, «Mom’s» no es un álbum unitario constituido por temas especialmente producidos para la ocasión, sino una recolección de obras –extensas en cuanto a minutaje– que el músico había concebido de manera autónoma entre 1986 y 1991, siendo 1992 el año de publicación del disco.
I/V • Sin preámbulo alguno, la minimalista
«Banteay Srei» nos zambulle en una aventura musical arriesgada y llena de retos para los oídos más ávidos. El título de la pieza –«ciudadela de las mujeres» o «de la belleza» en lengua jemer– se corresponde con un templo camboyano del siglo X dedicado a la deidad hindú Shiva. Estos templos medievales se caracterizan por lo intrincado de los relieves que adornan sus paredes aprovechando la maleabilidad de la arenisca. En recuerdo de estas esculturas pequeñas y minuciosas, la música de Stone cobra un característico sentido de evolución microscópica, donde todo muta a pasos minúsculos llegando a alcanzar una gran intensidad no con el paso de los minutos –como ocurre en otras obras del autor– sino desde el primer segundo. No en vano, el valor de «Banteay Srei» reside, sobre todo, en el enorme poder de sugestión de la pieza, ya que realmente tenemos la sensación de ser transportados a un lugar místico en medio de algún paraje virgen. Una característica especial de este templo de Shiva es su construcción de acuerdo con las proporciones humanas en comparación con la habitual enormidad de la arquitectura religiosa del Imperio Jemer. Así, de la misma forma que estas dimensiones asequibles para el ser humano otorgan una mayor sensación de amparo y recogimiento, la pieza de Stone nos ofrece una impagable sensación de placidez e introversión, refugiado el oyente al abrigo de su oleaje sonoro.
II/V • Si la portada del disco no nos engaña, imaginamos que el título de «Mom’s», composición que da nombre al disco, procede de ese Mom’s Bar-B-Q que hemos localizado en el distrito de Van Nuys en Los Ángeles. Salchichas fritas, huevos, beicon y otros grasientos platos tan característicos de la gastronomía sajona y norteamericana parecen haber inspirado esta pieza en la que, en un momento dado, irrumpen fragmentos de viento metal y acordeón, amén de otros instrumentos propios de la música occidental. Todo ello convenientemente descontextualizado y deconstruido –concepto este último muy de moda en cierta gastronomía reciente. No obstante, encontramos al inicio de la pieza unos enigmáticos sonidos como de cuerda rasgada que nos hacen pensar en el folk del África nororiental. En este sentido, sin embargo, no podemos ir más allá de la pura conjetura, ya que somos conscientes del poder del sampling y la edición de audio a la hora de borrar, conservar o confundir con plena intención la fuente sonora original.
III/V • El genitivo sajón en «Gadberry’s» nos hace presentir que Carl Stone nos está invitando de nuevo a una de sus comilonas. Por desgracia, Gadberry es un apellido tan común que nos ha sido imposible distinguir el establecimiento en que el californiano se inspiró para componer esta pieza. Precisamente, es ese aspecto común, cotidiano el que define la obra, pues encontramos en ella elementos muy corrientes en la música de los años ochenta, especialmente en la fusión pop-jazzística más suave. Samples de metalófonos, vibráfonos y otros instrumentos de percusión de láminas metálicas se mezclan con unos muy discretos sonidos de aire funk y una tamizada base de hi-hat que adquiere algo de intensidad según nos acercamos al final de la composición. Aunque la música está tratada desde una óptica más o menos minimalista, al escucharla no podemos evitar acordarnos de ciertos temas de Mark Isham, Shadowfax o el Ryuichi Sakamoto de álbumes como «Futurista». Stone escogió para el disco una versión en directo de este «Gadberry’s», una pieza en la que parecen haberse diluido los planteamientos vanguardistas presentes en el resto de «Mom’s».
IV/V • La intuición nos dice que «Shing Kee» tiene algo que ver con Mou Lee Shing Kee & Company, un local situado en el China Town de San Francisco. En algún foro hemos podido encontrar buenas críticas al establecimiento debido, entre otras cosas, a sus preparados de cocina cantonesa. Por ahora, nuestra ignorancia culinaria no nos permite entrever si los platos de Hong Kong entrañan al paladar un reto análogo al que supone escuchar esta composición, la cual es, según nuestro criterio, la más ardua del disco a pesar de la infinita delicadeza de sus texturas. Algunas fuentes acreditan a la cantante Akiko Yano como vocalista de «Shing Kee», sin embargo, sería más exacto decir que la obra contiene samples de una interpretación preexistente de la artista nipona. En cualquier caso, en los primeros minutos de composición, resulta casi imposible distinguir voz humana alguna; tan sólo una entidad sonora abstracta que, lentamente, va tomando forma. De manera progresiva, vamos siendo conscientes de un motivo que se repite reiteradamente, al cual se van añadiendo partes minúsculas en cada una de las repeticiones. Asimismo, cada uno de los ciclos conlleva una menor degradación de lo que, efectivamente, deviene en voz femenina. En la región central de la composición, distinguimos perfectamente a la vocalista cantando un par de sílabas sobre un acompañamiento de piano antes de dar paso a otro motivo que sufrirá el proceso contrario, es decir, la reducción y degradación paulatina del sample hasta regresar a la entidad abstracta inicial.
V/V • Por último, hemos encontrado el término «Chao Nue» asociado a una forma concreta de preparar el bami, plato tailandés elaborado a partir de fideos –una variedad específica denominada de igual forma que el plato– y carne. Esta pieza, la más extensa del álbum, nos engaña con un inicio en el que priman los colchones de sintetizador, aproximándonos a eso que los entendidos llaman ambient. Con tal de alejarnos de tan suave comienzo, emerge una densa capa de percusiones de la familia de las campanas y los cencerros, acompañada por resonancias de primitivos instrumentos de viento. El conjunto, convenientemente manipulado, parece traer consigo imágenes del Tibet y Asia central. Una vez más, nos vemos en la obligación de comentar que estas asociaciones geográficas son perfectamente refutables dado el poder de abstracción que puede acarrear la edición de sonido. Es precisamente esta facultad modificadora la que acaba convirtiendo las percusiones de «Chao Nue» en una pesada herrumbre cuya cercanía en el plano sonoro puede llegar a intimidar al oyente. No es descabellado que algunos aprecien trazas de cierta música industrial de vanguardia. Finalmente, el monzón acaba por remitir, dando lugar a un nuevo y más extenso pasaje de sintetizadores ambientales, esta vez cargados de una oscuridad y densidad que no encontrábamos al principio de la pieza. Poco a poco, el sonido va perdiendo resolución, gastándose y desvaneciéndose durante los últimos minutos de esta monumental expedición sonora que es «Mom’s».