viernes, 1 de febrero de 2013

Keith Tippett. Viaje marítimo a bordo de un piano.


El pasado 24 de Enero de 2013, la Casa Encendida de Madrid acogió una actuación del pianista británico Keith Tippett dentro del XVII Festival Internacional de Improvisación Hurta Cordel.

Keith Tippett. Imagen extraída de metropoli.com
No es la primera vez que el veterano pianista Keith Tippett visita la Casa Encendida. Hace unos años, los madrileños tuvimos la suerte de asistir a una actuación de la Orquesta FOCO en la que el británico fue invitado de honor. La peculiaridad de su última y reciente visita a la capital española fue verlo completamente solo sobre las tablas, cuando habitualmente suele hallarse rodeado por otros colaboradores. Antes de su entrada en el escenario, un sarcástico presentador lo introdujo como un náufrago, el tenaz superviviente a una crisis que obliga a reducir los costes en giras y organización de eventos. Sin embargo, cuando el músico de sesenta y cinco años comenzó a dialogar con su instrumento, no dio en absoluto la sensación de ser un náufrago sino más bien el capitán de una gran nave sin tripulación, pues tan creativo y eficiente es su control sobre la improvisación libre. 
Algo natural e inevitable cuando se improvisa es la adopción de zonas de confort, es decir, motivos y desarrollos melódicos a los que el intérprete se acostumbra lo suficiente como para sentirse seguro en medio del azar. Un peligro derivado de estas zonas de confort es la homogeneización del estilo musical, de manera que las obras improvisadas de un determinado autor pueden volverse predecibles. Keith Tippett no es una excepción en este aspecto; sus zonas de confort son perfectamente reconocibles y recurre a ellas continuamente. Sin embargo, el pianista posee la audacia necesaria para explorar y asimilar una buena cantidad de recursos expresivos que aportan a sus numerosas áreas confortables un relieve diverso, intrincado y en continua mutación. De ahí que los cincuenta minutos de música ininterrumpida que nos ofreció no aburrieran en absoluto. Al contrario; su amenidad era muy reconfortante en un panorama donde cada vez más gente se apunta a la moda de la improvisación libre sin cultivar el lenguaje y la creatividad pertinentes para mantener el interés a lo largo de interminables piezas.

La tenue luz roja en que se sumió el escenario durante toda la actuación me trajo resonancias de aquella época en la que Tippett formó parte de la corte del Rey Carmesí (el pianista fue miembro de la banda King Crimson durante su primera etapa sinfónica hace ya cuatro décadas). Gracias a la tapa abierta del piano, es posible ver el reflejo de todas las operaciones que realiza el intérprete fuera del teclado, ya sea pulsando las cuerdas desnudas o disponiendo diversos objetos de madera sobre las mismas con tal de modificar el sonido del instrumento. Da la sensación de que asistimos a una suerte de preparación simple y dinámica del piano, en contraste con esos complejos y estáticos pianos preparados del vanguardista John Cage. Por supuesto, la música de este británico abanderado del jazz no consiste únicamente en explorar los timbres inusitados de la cuerda contra madera. La línea general del concierto está trazada por el siempre cambiante desarrollo de melodías utilizando los timbres naturales del piano antes que los modificados. Un estilo bastante semejante al de trabajos como «Sixty-Six Shades Of Lipstick», álbum compuesto a dúo con el saxofonista Andy Sheppard.

Durante una primera parte del concierto, los fragmentos de piano natural y piano modificado están  hábilmente compartimentados, al igual que los distintos caracteres que va adoptando la improvisación. Se pasa del impresionismo al expresionismo en cuestión de minutos y, después, viceversa. En algunas ocasiones, escuchamos momentos impregnados de esa quietud característica de algunas baladas de jazz, en otras, la música cobra una cierta tensión disonante hasta que, de pronto, nos encontramos en pasajes crispados donde la colocación repentina de los objetos sobre el acero vibrante enturbia aún más la composición. Aparte de explorar el sonido con los bloques y utensilios de madera, Tippett percute las cuerdas con las bolas de un «tan-tan» y aprovecha la resonancia del interior del piano para amplificar el sonido de una caja de música.
Después de esta primera parte llena de profundos contrastes y compartimentación, advertimos que el músico pretende crear un turbulento muro de sonido recorriendo con furia las notas graves del instrumento. Podría hablarse de la parte más minimalista –o incluso atmosférica– del concierto. Las tripas del piano permanecen en todo momento sin ser intervenidas y, cuando el momento de la modificación llega, es para transportarnos con violencia a la siguiente fase de la improvisación. 
Hablando en términos de lo que la imaginación me sugiere, diría que pasamos de un mar huracanado a un puerto industrial. Sobre las cuerdas graves, un vasto taco de madera es empujado en todas direcciones por la vibración de las mismas, creando una atmósfera de maquinaria pesada en funcionamiento, como de obras en plena urbe. Así, mientras la mano izquierda mantiene esta evocación, la mano derecha se entretiene con melodías de corte un tanto «blues», aportando de tal manera un matiz muy llamativo a esta escena sugerida del trabajo en la ciudad.
Imagen extraída de lasone.net
Ya en la recta final del concierto, hay un cierto regreso a la compartimentación inicial, pero con un carácter más irisado a causa de la mayor exploración de los registros agudos del piano. Los últimos minutos están caracterizados por una investigación mucho más detenida de los sonidos de la madera contra las cuerdas. Entre la utilización de un objeto y otro, se dan instantes de silencio que otorgan a estos pasajes un cierto aspecto de catálogo sonoro. Cobran especial importancia determinados objetos de forma irregular cuya identificación se hace difícil dada la tenue iluminación roja. Parecen panecillos o tubérculos. No obstante, la sensación de ligereza que transmiten sugiere que se tratan, también, de útiles tallados en madera. Hay un momento en que la función de uno de estos «panecillos» es modular una nota específica. Tippett pulsa con una mano la tecla correspondiente mientras con la otra empuña la madera que se encarga de friccionar de arriba a abajo la respectiva cuerda. El efecto de la fricción sobre la afinación de la nota es más que interesante. También los segundos finales del concierto están protagonizados por los ya descritos objetos irregulares. Esta vez son varios de ellos los que permanecen largo rato danzando sobre las cuerdas aprovechando la vibración de la última y mantenida nota. Ya que la actuación no finalizará hasta que el movimiento de los tubérculos desaparezca, el técnico sube considerablemente el volumen de los micrófonos para que escuchemos el sutil tambaleo de los maderos encima de los hilos.

De esta guisa acabó el concierto del pianista británico. Tal como suele ocurrir en España, la moderada afluencia de público –aunque la sala estaba bastante llena hay que tener en cuenta que se trataba de uno de los auditorios pequeños de la Casa Encendida– se vio compensada con un extenso y entregado aplauso. El buen sabor de boca que me dejó la actuación me hace estar atento a las próximas visitas de Keith Tippett a nuestro país.



2 comentarios:

  1. Que crónica más buena del concierto. Ha sido como estar en el. No conocía el músico, así que me has dado pistas.

    Saludos!

    pequeno monstro.

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  2. Muchas gracias, Pequeno Monstro. Lo cierto es que Keith Tippett tiene algo de camaleónico y, en este concierto, mostró algunas de sus facetas. No obstante, dependiendo del proyecto, puede adoptar otras muchas. A ver si vuelve por aquí dentro de no mucho, pues hizo un muy buen concierto con muy pocos medios.
    Saludos pianísticos ;)

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