domingo, 31 de marzo de 2013

Jungla de ramas/jungla de asfalto: el directo de Moebius y Tietchens

El pasado 17 de Marzo, la madrileña Casa Encendida acogió la actuación de Dieter Moebius y Asmus Tietchens, figuras clave de la vanguardia electrónica alemana, que lanzaron su primer álbum colaborativo en Junio de 2012.

Asmus Tietchens (sentado) y Dieter Moebius. 
Foto: Irene Moebius
Cuando a las nueve en punto de la noche se abren las puertas del patio de la Casa Encendida, los asistentes al concierto de estos dos veteranos artistas nos encontramos con un curioso escenario que, por lo menos a mí, me resultó poco habitual. El suelo estaba completamente cubierto por una moqueta roja sobre la cual se había dispersado generosamente todo un ejército de cojines negros. La diversidad de reacciones del público ante esta disposición no dejó de tener cierta comicidad, ya que, más allá del sencillo acto de sentarse con las piernas cruzadas sobre el correspondiente y mullido asiento individual, era posible encontrar figuras como la del «cazador», aquél que intentaba acaparar la mayor cantidad posible de cojines para abastecer a su tribu, o también al comodón que se agenciaba tres o cuatro para poder tumbarse sobre la improvisada cama. Tampoco faltaban aquéllos que agarraban su cojín y lo llevaban consigo a unas pequeñas gradas dispuestas en los extremos de la sala.

Por su parte, la mesa que sostenía el live set había sido colocada sobre la propia moqueta roja a la misma altura que los espectadores, de manera que era posible acercarse a las máquinas y tomar una fotografía de las mismas. En tal contexto de inmediatez se desarrolló el concierto, compuesto por una primera parte improvisada que, posteriormente, desembocó en un recorrido –tal vez algo precipitado– por algunos de los temas del álbum.

Se ha dicho en mil sitios que Dieter Moebius y Asmus Tietchens son íntimos amigos desde la época dorada del «rock germano» y que su colaboración se apalabró hace más de treinta años, quedando ésta relegada a un mero plan de futuro una y otra vez, hasta que por fin los dos viejos camaradas han logrado materializar sus intenciones. Sin embargo, la amistad personal y la labor artística, como ya es sabido, no tienen porque ir de la mano. En este caso, nos encontramos ante dos músicos que, a pesar de desarrollar sus carreras en ámbitos comunes –relativos a la experimentación sonora con medios electrónicos–, poseen estéticas extremadamente distintas entre sí. Moebius era la cara más ácida de Cluster, colorista y luminoso, generador de texturas punzantes, irisadas, próximo en ocasiones a los ritmos mecánicos y los sonidos sintéticos, buscador, en otras, de la rugosidad y disparidad de los timbres... Todo esto, claro está, son observaciones muy generales a las que no cabe reducir toda una carrera. Tietchens, por otro lado, poseía un carácter oscuro, inclinado a las atmósferas tenebrosas, los registros graves del sintetizador, los ambientes metalúrgicos o las letanías, incluyendo a veces un cierto regusto étnico y habiendo evolucionado a un actual sonido «microrgánico», fruto del aprovechamiento en gran medida de los chasquidos y defectos del medio digital. Su producción de antaño se podría enmarcar, no sin abundante uso del calzador, dentro de una transición entre la música planeadora y la posterior estética «industrial», la de fábricas, cadenas de montaje y chirriantes cacofonías.

Lo que caracteriza en gran parte el directo de Moebius y Tietchens es ese choque, a veces bastante violento, entre ambas estéticas. El dúo no se corta un pelo en plantear pasajes realmente chocantes en los que una atmósfera densa y siniestra se ve invadida por notas secas de sintetizador, salidas de la máquina prácticamente desnudas, sin tratamiento. De pronto, brotan chasquidos, glitches, enfrentados a percusiones profundas en una aparatosa lucha por dominar el territorio sonoro. La irrupción de momentos percusivos con moderadas dosis de aroma tribal contribuyen a acrecentar esa sensación de música asilvestrada, de apretada jungla auditiva. También hallamos contrastes en el hecho de combinar partes extensas y reiterativas, de corte profundamente minimalista, con pasajes bastante más breves dominados por la heterogeneidad y la arritmia.

Portada de la versión en CD de «Moebius + Tietchens»,
álbum lanzado en Junio de 2012 por el sello Bureau B.
Finalmente, el enfrentamiento estético se suaviza en cierto modo al arrancar –sin interrupción alguna– la interpretación de las pistas del disco. Y es que, al escuchar el álbum, tengo una sensación mucho mayor de integración, de relativo equilibrio entre las dos mentalidades artísticas, lo cual no impide la presencia de una crispación controlada durante todo el trabajo. Aunque no soy capaz de elaborar una relación ordenada de las piezas que se tocaron, sí recuerdo haber pasado un rato magnífico con «Lange Reihe», que en vivo se me antojó mucho más vigorosa a pesar de su quizás dilatada duración. También se ejecutó la punzante «Thorax», cuyo minutaje parecía superar el de la versión plastificada (yo, personalmente, tuve una mayor sensación de reiteración al escucharla en vivo). Ya en la última recta, mediante una maniobra algo apresurada –tal vez por la limitación de tiempo que se rebasó descaradamente– se nos muestran temas como «Grimm» o «Mach Auf!», cierre este último tanto del concierto como del álbum. Un rasgo llamativo de ambos títulos es la presencia de un ritmo muy marcado, casi bailable, elaborado con sonidos de batería intensamente tratados. El propio Tietchens acuñó una vez el muy acertado término «sensibilidad pop» para describir el LP «Zuckerzeit» de Cluster. Al igual que en aquel álbum inflexivo de Moebius y Roedelius, «Grimm» y «Mach Auf!» no dejan de lado la experimentación, sino que la dotan de resonancias rock y pop convenientemente deformadas.

Una vez concluido el concierto, es complicado expresar una opinión sólida de lo escuchado. Ha sido desconcertante por momentos, magnífico en unos cuantos pasajes y siempre empapado de esa sensación de desacuerdo, de caos, de sonido selvático en el que dos fuerzas en igualdad de condiciones se baten en duelo –amistoso, pero duelo al fin y al cabo. Pensándolo detenidamente, no podríamos negar que el legado musical que nos dejó la Alemania de 1970 está plagado de momentos así, de arduos retos al criterio estético –y, por qué no, a la paciencia– del público. Puede que lo que realmente descoloque de esta reciente colaboración entre Moebius y Tietchens es que, a sus años, no sólo no han agotado su capacidad para cuestionar el confort de sus espectadores, sino que esta vez lo hacen con más crudeza y energía que en muchos de sus anteriores proyectos. Que el público se relaja con el tiempo, acostumbrándose a la regularidad estilística de sus artistas frecuentados, es algo usual. Paralelamente  a este hecho, se desarrolla la creencia, verdadera dependiendo del caso, de que son los artistas quienes realmente se vuelven más holgados con la edad. Un tópico tal, sin embargo, acaba por desintegrarse cuando gente curtida como Dieter Moebius y Asmus Tietchens nos descolocan, a estas alturas de la historia, con nuevas e inesperadas sacudidas eléctricas.


2 comentarios:

  1. Estupenda crónica del concierto. Ya me hubiera gustado estar presente! ;) Anoto las pistas sonoras que das para darme una vuelta por ellas. Saludos!

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  2. En Spotify está disponible el álbum completo a excepción de una pista. Los pocos títulos que doy los reconocí a posteriori, pues escuché el álbum días después de ir al concierto, y gracias a que eran los más pegadizos (que no necesariamente los mejores, por eso es recomendable darle una pre-escucha). No obstante, seguro que tocaron muchos más temas que no fui capaz de reconocer.
    Muchas gracias, Pequeno Monstro, por comentar y mover la entrada por ahí. Como siempre, es un placer tenerte por estos lares ;)

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