martes, 23 de agosto de 2011

Ascensión y caída de un espíritu sagrado.


Determinados segmentos de población, pertenecientes a varias generaciones, recuerdan con cariño un álbum que muchos podrían catalogar como ‘disco del armario’, si bien dista mucho de ser uno de esos éxitos que sonaba en la radio mientras nos enamorábamos por primera vez o nos liábamos nuestro primer canuto. Si a esto, además, le añado que se trata de ‘música de indios americanos’, el lector puede sospechar erróneamente que este artículo no es sino un relato de ficción. El disco, sin embargo, es real; aparecido en 1994, lleva por título y firma “Sacred Spirit”. Entre sus surcos, podemos encontrar todo un mundo de cantos indígenas convertidos en pegadizos temas de trance, tecno ‘tribal’ y atmósferas ‘aceleradas’.

Menuda época aquella para la música, vaya manera más explosiva de avecinarse el cambio de siglo. Se hablaba, por entonces, del ‘boom de la New Age Music’, cajón de sastre donde los haya, pues, más que de un estilo de música, cabe hablar de un tipo de consumidor de dicha música. Sin embargo, para cuando la desorientada crítica musical empezaba a adaptarse a la etiqueta New Age, un nuevo fenómeno, acartonado casi desde el principio y suave bicarbonato para estómagos de fácil acidez, empezó a gestarse con la añadidura de ligerísimas bases discotequeras a lo que ya de por sí era ligero; me refiero a la emergencia del Chill Out, gris zénit de la música puramente funcional.

Sacred Spirit podría considerarse como uno de los primeros retazos de este fenómeno, si bien he de defender, quizás más desde la añoranza que desde un criterio musical serio, el valor de este disco cuajado de oscuros colchones de sintetizador, de tonadas que realmente han sido extraídas de grabaciones añejas de los indios de diversas tribus y han sido sorprendentemente bien acopladas al ritmo hipnótico de los nuevos tiempos. De vez en cuando, un melancólico chelo (en ocasiones físico, en otras sampleado) irrumpe entre los fríos sonidos sintéticos con tal de contagiarnos el dolor de los nativos por el exterminio de sus hermanos, por la pérdida de sus tierras ancestrales.
Hago un inciso a propósito del chelo para indicar que los arreglos de cuerda de “Ly-O-Lay-Ale Loya” no son originales del disco, sino que han sido adaptados a partir de la composición “Stating Intention” del norteamericano Peter Kater. Dicho tema, poseedor de una muy singular belleza, se puede encontrar en el álbum “Migration”. Algunos de los álbumes más valiosos de Kater son fruto de su trabajo junto a Roberto Carlos Nakai, flautista de etnia navaja y ávido recuperador de las músicas tradicionales de su pueblo.
De regreso a Sacred Spirit, es inevitable admirar la intensa fuerza de algunos de los temas que, fruto de conjuntar con maestría cantos tribales y arreglos electrónicos, sorprende y emociona; algunos jovencitos y jovencitas grababan, en esas ensaladas musicales que eran las cintas TDK de noventa minutos, la bella Canción de Cuna de la madre a su retoño (“Dawa”) o los Deseos de Prosperidad y Felicidad (“Yeha-Noha”), dejándose embriagar por estas piezas como si de baladas convencionales se trataran. La ultra-adhesiva Danza Circular (“Ly-O-Lay-Ale Loya”) tampoco era para menos; el inventarse rimas guarras a raíz de lo que la letra original nos sugería era ejercicio frecuente entre los chavales.

Llegados a este punto (y habiendo dado ya el nombre de uno de los implicados), tiene sentido preguntar por el artífice de todo esto, la persona física que diseñó semejante proyecto. Durante largo tiempo, creí que el responsable era Oliver Shanti, productor alemán de New Age y Chill Out que fue arrestado en 2008 por unos presuntos delitos de pederastia cometidos hacía más de veinte años. A mediados de los ochenta, siendo el músico líder de una secta, aprovechó su posición privilegiada para abusar sexualmente de más de un centenar de menores, chicos y chicas, militantes en la comunidad. Sin embargo, tras conseguir el CD original de “Sacred Spirit: Cantos y danzas de los indios americanos”, comprobé con alivio que en nada tenía que ver este proyecto con el “Sacred Spirits” (en plural) de Oliver Shanti.

El álbum que nos ocupa viene reivindicado en los créditos por The Fearsome Brave, pseudónimo que esconde la identidad del también germano Claus Zundel [imagen derecha]. Pianista y productor dedicado al pop hasta principios de los noventa, Zundel es autor de otros dos volúmenes posteriores de Sacred Spirit, así como de producciones que siguen muy de cerca la estela de éste, tales como Moroccan Spirit, Classical Spirit, Tango Joitz, Macao Café o B-Tribe, siendo este último el único de los citados proyectos que cuenta con una discografía más o menos sólida.

Es posible que todos los títulos mencionados hayan gozado de un éxito mayor o menor en las listas específicas del género o quizás, fuera de España, hayan sido tan sonados como las danzas de los nativos americanos. En lo que a nuestro país se refiere, sólo la entrañable primera entrega de Sacred Spirit parece quedar para la posteridad, eclipsada, sin embargo, por el éxito desorbitado de una melodía New Age inmediatamente posterior. Todo el mundo la recuerda, mas no por su título.
“Nirvana”, tema producido en España por El Bosco, fue, sin duda, el tema Chill Out de 1995 o, mejor dicho, el Tema (a secas) de 1995; angelicales niños de la escolanía de San Lorenzo de El Escorial cantando sobre una base muy ligera de aclarado aire hip-hop. Al igual que Sacred Spirit, el tema de El Bosco gustó a miembros de varias generaciones… A algunos nos pilló de niños, de manera que se convirtió en un entrañable recuerdo de infancia, a otros de adolescentes, con lo cual, tema del armario al canto, y también deleitó a los consumidores de New Age menos exigentes.

Y esto es todo. Cualquier proyecto concebido para ser producto de consumo masivo se volatiliza en menos que canta un gallo; una melodía pegadiza puede recordarse siempre, pero si su único valor es la adherencia y la ganancia monetaria, sin nada que ofrecer a las generaciones posteriores salvo su recuerdo (y, en muchos casos, ni eso), queda la obra estancada en el pasado como algo que ya ha muerto, restando sólo cenizas, un tarareo cuando se nos viene de repente a la cabeza, una cinta de cassette olvidada en un cajón o esa edición remasterizada con anti-copy que, diez años después, ocupa discretamente el escaparate del centro comercial de turno. Así es el mercado. Señales de humo disueltas en el aire; los altares se desploman, los ídolos se deshacen, los tótems se queman. Despojado nos han del viejo y amado oeste.

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